| Autor/es: | Ruiz Zamora, Agustín |
| Lugar: | Santiago, Chile |
| Editorial: | Consejo Nacional de la Cultura y las Artes |
| Idioma: | Español |
| Páginas: | 46 |
En enero del 2009 Chile suscribió la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, la que compromete al Estado chileno a promocionar y brindar protección a las tradiciones populares de alta significación para las formas de sociabilidad y el universo simbólico de nuestros pueblos. La suscripción de esta convención constituyó un avance importante en la definición de políticas públicas orientadas al cuidado de nuestros acervos culturales y, especialmente, un nuevo desafío: emprender un trabajo de valoración de dichas manifestaciones. Al ya clásico trabajo académico de investigación y documentación, la Unesco suma la necesidad de implementar una labor de salvaguardia, donde el Estado es el instrumento facilitador del reconocimiento y la protección demandados por las propias comunidades cultoras.
Tras casi seis años de membresía en la Convención, el Estado chileno realizó la postulación de los bailes chinos de Chile a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, los que, en muchos aspectos, son una parte profunda, sensible y frágil de nuestra sociedad. Estas hermandades, que ya cumplen más de tres siglos de antigüedad, se han esmerado en vivir con apego a su acervo, logrando abarcar un amplio territorio, y aportando persistentemente un sentido especial de pertenencia a las localidades donde se desarrollan sus fiestas y sus prácticas devocionales de religiosidad popular. En distintas épocas de nuestra historia, los bailes chinos han dado forma en el mundo rural a un modo de celebrar y de congregarse en torno a un sentimiento esencial de fe y solidaridad, de clase y mestizaje, así como de trascendencia. Por su permanencia e incidencia en la vida de cientos de poblados, el baile chino está ligado a los genes sociales de nuestra cultura y nuestra historia.
Durante casi 350 años de existencia los bailes chinos han encarnado lo imperecedero, que da forma y sentido de continuidad a la experiencia humana. El sonido de sus flautas y tambores y los gestos de su danza remiten a nuestro origen americano y arcaico, mientras que el sentido cristiano de sus cantos nos recuerda que la historia de todo pueblo es esencialmente un proceso de mixtura, adaptación y reelaboración. Y los bailes chinos son precisamente esa epifanía: la de un devenir distintivo que nos ha dado singularidad en el contexto continental, a través de una práctica devocional cuya permanencia es expresión de la correspondencia que las hermandades de chinos siempre han mantenido con lo cotidiano.
El trabajo que desde el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes hemos compartido con los bailes chinos es un reconocimiento a su valor expresivo y a la capacidad de gestión con que las propias agrupaciones han conservado dicha práctica. Trabajar en esta presentación ha sido un desafío para el rol del Estado en el reconocimiento y valoración de prácticas patrimoniales. El mayor aprendizaje ha sido encontrar en la propia orgánica social las claves para desarrollar una política pública de salvaguardia, puesto que si los bailes chinos existen desde hace más de trescientos años, es un hecho certero que el éxito de la gestión estatal en esta materia depende necesariamente de comprender la dinámica social que ha permitido que hoy destaquemos una manifestación patrimonial vigente y vigorosa, frente a un organismo internacional del prestigio y relevancia de la Unesco.